Capítulo 2. Punto de encuentro: L´ Eglise Notre-Dame de la lune et du soleil
Tenía que irse de allí. Había conseguido aterrizar sin problemas en suelo francés, pero los soldados todavía andaban cerca. Probablemente sospecharían que del avión alemán había sido lanzado algo o alguien, así que harían batidas para reconocer la zona. O al menos eso es lo que haría ella. Lo mejor sería que se alejara lo más rápidamente posible, antes de que les diera tiempo a organizarse. Tenía los dedos entumecidos por el frío, pero logró arrancarse las correas del paracaídas y lo escondió entre unos arbustos, confiando en que lo profundo de la noche y el color de la tela lo ayudarían a camuflarse. Cuanto más tardaran en encontrarlo, mejor para ella y su misión.
Caminó durante horas en la oscuridad, corriendo incluso, esquivando como podía los accidentes del terreno. Dejó de contar las veces que se calló en zanjas o tropezó con piedras inoportunamente colocadas. Le sangraban las manos. Hacia las seis de la mañana el camino comenzó a iluminarse e Ingrid se detuvo para intentar averiguar su posición y recuperar el aliento. Comprobó el mapa que llevaba en uno de sus muchos bolsillos. Sí, no estaba lejos del punto de encuentro. Tan sólo un par de kilómetros más. El aire se atascaba en sus pulmones, apenas podía respirar. Sentía una dolorosa punzada en el costado. Pero no podía parar. Estaba sola en un país hostil, y su única solución era encontrar cuanto antes el punto de reunión. Mientras corría, palabras de aliento se escapaban entrecortadas de entre sus labios resecos.
Ánimo Ingrid… Sabes por qué lo haces. Un último esfuerzo.
La iglesia era muy pequeña, y estaba parcialmente derruida. El tejado prácticamente había desaparecido, y tan sólo las paredes se mantenían en pie. Las vidrieras de las ventanas estaban rotas y quedaban pocas de las baldosas que antaño habrían cubierto el suelo. De todos modos, a Ingrid le pareció hermosa, a su manera. Se adecentó como pudo, sacó un pañuelo de color claro y se lo anudó al cuello, para que el contacto pudiera reconocerla. Estaba preparada.
Con la mano colocada encima del bolsillo donde guardaba la pistola, por si acaso era una emboscada, entró en la iglesia. Al parecer estaba vacía. Los brillantes rayos del amanecer entraban por las ventanas sin cristales e iluminaban con una luz un tanto fantasmagórica el interior de la iglesia. ¿Habría llegado demasiado pronto?
Oyó un chasquido. Ingrid se dio giró bruscamente casi por inercia, sacando su pistola. Reconocería ese chasquido entre mil; era el sonido de un arma al quitarle el seguro. En la entrada de la Iglesia había un hombre, apuntándola con una pistola. Hubo un momento de silencio, durante el cual se observaron mutuamente, sin apartar las armas dirigidas cada una al pecho del otro. Entonces Ingrid lo reconoció. Era el hombre de la fotografía. Se fijó en su muñeca izquierda y vio que llevaba un pañuelo anudado. Bajó la pistola. El hombre la observó unos segundos más y sólo entonces apartó su arma también.
-¿Ingrid Kohlheim?-preguntó con una voz fría y metálica, que a Ingrid le pareció vacía de sentimientos.
-Sí. –asintió ella. –¿Eres tú la persona con la que debía encontrarme aquí?
-Sí. –Ingrid esperó a que añadiera algo más, pero él permaneció callado. –¿Tu nombre es…?
El joven dudó un segundo, como si no se fiara de ella, pero finalmente lo dijo.
-Damien Marchant.
Ella dudó que ese fuera su nombre real, pero lo aceptó como válido.
-Encantada, Marchant. –Damien no dijo nada.
Ingrid lo observó detenidamente. Cabello oscuro con un curioso reflejo azulado, piel muy pálida, anémica, sin una sombra de sangre que coloreara sus mejillas, ojos profundos… Muy atractivo, pero también la indiferencia y frialdad en persona.
-Aquí no debemos hablar, no estamos seguros. Te llevaré a mi casa. Pero antes debes cambiarte… Toma. –Le lanzó un fardo de ropa que Ingrid atrapó al vuelo.
Damien tenía razón, con la ropa que llevaba cualquiera que supiera algo de la guerra podría averiguar que era una soldado alemán. Ingrid buscó un sitio para cambiarse, donde no sintiera la fría mirada de Damien clavada en ella. En uno de los lados de la nave de la iglesia distinguió una pequeña capilla. Como el resto de la iglesia, estaba prácticamente derruida, pero le serviría. De la pared exterior no quedaba nada, por lo que Ingrid podía ver perfectamente la somnolienta campiña francesa. Entró y comenzó a desnudarse. Dejó la pistola, desabrochó los botones de la chaleco con una rapidez militar y se quitó el pantalón de una patada. Observó con curiosidad la ropa que Damien le había dejado. Un vestido de color azul pálido, la manga hasta el codo. Lo estaba extendiendo para ver el largo cuando oyó una exclamación ahogada. Se dio la vuelta bruscamente.
Fuera de la capilla, en el campo que rodeaba la iglesia, un hombre la miraba con los ojos como platos. La mente de Ingrid tardó un segundo en darse cuenta de su situación. Vestida con tan sólo la ropa interior, en medio de la campiña francesa. El hombre abrió la boca para decir algo, pero no pudo acabar. Se oyó un disparo y el francés se llevó las manos al pecho, que comenzó a teñirse de rojo. Todavía mirándola y con una muda pregunta en los labios, se desplomó para no volver a levantarse.
Damien guardó el arma con la que había matado al francés sin una sola palabra y se dispuso a irse. Ingrid corrió hacia él y le agarró del brazo, obligándolo a darse la vuelta.
-¿Por qué lo has hecho? ¡Era tan sólo un civil!
-Estamos en guerra, y él era un francés que podría estropear nuestros planes. –Contestó Damien, indiferente.
-¡Pero él no había visto nada que nos comprometiera! ¡Tan sólo era un hombre que pasaba por aquí y sin querer me vio cambiándome!
Damien se acercó a ella, que de pronto se dio cuenta de que todavía seguía en ropa interior, pero no retrocedió, sino que lo miró fijamente.
-Eres una niña. Déjate de historias. Si has de matar, mata. Como espía, tu deber es desconfiar de todo. Si no lo haces, morirás sin cumplir tu misión. –Dicho esto se fue, dejándola sola.
Terminó lo más rápido que pudo de vestirse, mientras pensaba en lo que acababa de suceder. No podía creerlo. Ese hombre, ese campesino, no tenía culpa de nada, había muerto por cruzarse con la persona equivocada. Ella lo habría solucionado de otro modo, nunca tomaba la vida de alguien a menos que fuera necesario… Creía en la importancia de la vida de la persona, y se resistía a creer que alguien pudiera matar tan fríamente. Se recogió el pelo en un moño alto dejando algunos mechones al aire, al estilo de las mujeres francesas, y se puso los zapatos, que le venían un poco grandes.
Salió de la capilla para encontrarse con Damien, que la esperaba apoyado en el capó de un coche. Al verla se montó inmediatamente y ella le siguió. No quería quedarse mucho tiempo en esa iglesia. El coche arrancó fácilmente.
-¿Qué has hecho con el cuerpo?- Preguntó Ingrid sin saber si realmente quería oír la respuesta, mientras el coche atravesaba el campo, buscando una carretera.
-Lo he escondido. Para cuando lo encuentren, si es que lo hacen, nosotros ya estaremos lejos de aquí.
Ingrid apoyó el brazo en la ventanilla bajada, dejando que el viento le diera en la cara, mientras veía los árboles pasar. Un comienzo magnífico para su misión.
Lo hago por ti…
Hola :)
ResponderEliminares la misma contraseña para todos los capitulos?