martes, 10 de mayo de 2011

Capítulo 5: Doctora Rosalie Bouvier


Marco sostenía como podía a la muchacha entre sus brazos. Le estaba manchando todo el uniforme de sangre, pero eso no le importaba. Había luchado en el frente, se había enfrentado cara a cara a una muerte de ojos negros y a otros esperpentos, pero nunca a una crueldad y violencia tan gratuita como en este caso. La muchacha era muy joven... y además estaba embarazada. Si no fuera porque consideraba que salvarle la vida era prioritario, ahora mismo volvería sobre sus pasos a pegarle una paliza al connard ese. Así le haría sentir en sus propias carnes el dolor de la joven torturada. 

Bajó la mirada para observarla mientras corría todo lo rápido que podía por los pasillos. La cabeza de la muchacha se apoyaba en su pecho, bamboleándose suavemente con el movimiento. El pelo negro azabache se le pegaba a la cara en mechones, húmedo de sangre. Su respiración era débil, apenas se percibía. Estaba inconsciente.

Al darse cuenta de ello Marco se asustó, palideciendo casi tanto como ella. Debía actuar con rapidez si no quería que la muchacha muriera.

-¡Tú! ¡Llama inmediatamente a cualquier médico que se encuentre en el edificio, deprisa! -Ordenó con presteza a un muchacho que caminaba por el pasillo.

El muchacho abrió los ojos como platos al ver a Lise inconsciente en los brazos de Marco, ambos cubiertos de oscura sangre, y salió corriendo lo más rápido que le permitían sus piernas.

Marco dejó a Lise tumbada sobre un banco. Había pensado llevarla al hospital, pero éste quedaba lejos y no había tiempo suficiente. La alemana no sobreviviría si no conseguía que fuera atendida por un médico inmediatamente. Se sentó junto a ella, mirándola con aprensión. No había nada que pudiera hacer por ella, y eso le hacía sentirse inquieto, le hacía sentir un completo inútil. Sus gestos eran más nerviosos de lo habitual. No sabía qué hacer con las manos. Cogió la de ella, estrechándosela con fuerza. Era tan frágil... ¡si tan sólo pudiera transmitirle un poco de su propia fuerza! Aquella joven alemana se veía como un fantasma, con su pálida piel manchada de sangre y oscurecida por los moratones, su largo pelo negro extendido alrededor de su cabeza, como un halo espectral... Estaba tan próxima a la muerte que Marco no podía soportarlo. Nunca le había costado pelear o repartir unos cuantos puñetazos, pero ante esa imagen de fragilidad, tan contraria a su tosca fortaleza, se le destrozaba el corazón. No pudo soportarlo más, la abrazó con fuerza, susurrando una y otra vez:

-Tienes que vivir, tienes que vivir... No vas a morir aquí, vas a ponerte bien... –sentía que si ella vivía, todo lo malo que significaba la guerra quedaría, de un modo u otro, perdonado.

Oyó unos pasos apresurados detrás de él y se levantó de golpe, confiando en que fueran los del muchacho, que traería algún doctor con él. En efecto, así era, pero no lo acompañaba un doctor, sino una joven mujer. 
Marco encaró al chiquillo, lleno de enfado.

-¿Dónde está el doctor que te pedí? ¿No ves que necesita atención de un médico? ¡Y me traes una enfermera!

El muchacho lo miró confundido, sin saber muy bien que decir. Sus ojos pasaron alternativamente de Marco a la mujer.  Iba a responder, pero la joven se le adelantó.

-Perdone, -Dijo con un tono que no tenía nada de disculpa, frunciendo los labios en una mueca de enfado.- Yo soy médico, no enfermera. Doctora Rosalie Bouvier, graduada en...

Marco no la dejó continuar. La cogió del brazo y la acercó al banco donde reposaba Lise. Rosalie sólo la observó un momento antes de abrir su maleta donde guardaba todo su instrumental médico. Con dedos rápidos, comenzó a sacar todo lo necesario para intervenir a la joven. Entonces comentó, mientras le inyectaba en su pálido brazo el líquido de una jeringuilla:

-No podemos trasladarla, tendrá que ser aquí. Esto no es para impresionables. Chico, márchate.

El muchacho no esperó a que se lo dijeran dos veces e hizo mutis por el foro. Marco se quedó quieto, cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro, sin saber muy bien qué hacer.

-Tú quédate, necesitaré tu ayuda.


Marco perdió la noción del tiempo mientras intentaban arrancar a Lise de entre las garras de la muerte. Una lucha cuerpo a cuerpo contra lo imposible. Rosalie trabajaba sobre ella, intentando rescatarla del borde de la muerte. Marco le asistía en todo lo que podía, contento de poder ayudar, pero al mismo tiempo deseaba no estar allí. Era duro.


-Yo creo que ya está.-Rosalie se pasó la mano por la frente, apartándose de la cara los cabellos rojizos que habían escapado de su apretado moño. - No podemos hacer nada más por ella.

-¿Sobrevivirá?- Preguntó Marco, ansioso.

-Será difícil para ella superar esto, pero creo que podría vivir. Es una situación complicada, pero...

-¿Hay esperanzas?

-Siempre las hay, es lo único que nos queda. Ahora habrá que trasladarla al hospital, para la convalecencia. Así, si empeora, estaremos cerca. -comentó Rosalie mientras recogía todo el instrumental utilizado, manchado de sangre.

Marco se removió incómodo. No le había explicado nada sobre la chica a la doctora, después de todo, ella no había preguntado, así que Rosalie desconocía la situación de la joven Lise. Internarla en un hospital lleno de heridos por los alemanes no era buena idea.

-Esto... No podemos hacer eso. -Rosalie le miró interrogadoramente, esperando que se explicara. -Es una prisionera alemana.

Rosalie entrecerró los ojos, procesando la información y lo que ésta conllevaba. Pero no lo entendió bien.

-¿Qué?- Exclamó enfadada. -¡Pero aun así es una persona! ¿No pretenderás encerrarla en esos fríos e insalubres calabozos, no? Si la dejas allí morirá, ¡y todo el esfuerzo que hemos hecho no habría servido para nada! -después de todo, ella era médico por encima de militar.

Marco negó con la cabeza enérgicamente al oír estas acusaciones, adelantando las manos abiertas, en un ademán de defensa.

-¡No! ¡Yo no decía eso! Es sólo que no podemos ingresarla en un hospital francés… ¡ella es alemana!-Marco sabía que no se explicaba bien, pero confiaba en que la doctora comprendiera.

-Es cierto... -Rosalie reflexionó unos segundos, buscando una solución.

Mientras Rosalie intentaba imaginar qué hacer con ella, Marco observó a Lise. Su piel estaba llena de puntos y costuras que le hacía parecer una burda muñeca de trapo. Un sentimiento que no sabría muy bien cómo definir llenó su pecho y desbordó. Al verla así, todavía al borde de la muerte, se dio cuenta de que no podía abandonarla. Se había implicado demasiado en su salvación como para dejarla desprotegida y sola ahora. Debía cuidarla, protegerla de todo mal. Se lo decía su instinto, y su instinto nunca le engañaba.

-Yo me la llevaré a mi casa. -Rosalie dio un respingo, sorprendida. -En mi casa estará segura, la cuidaré hasta que su vida no peligre. Pero te agradecería que vinieras de vez en cuando a verla...

-No hay problema, estaré allí.

Rosalie le estrechó la mano y, tras recoger su bolsa, se fue, seguramente al hospital. En tiempos de guerra los médicos no tienen un segundo de descanso, incluso estando algo alejados del frente. Los heridos que en el campo de batalla no se podían tratar llegaban uno tras otro, en camiones. Por mucho que quisiera asegurar la supervivencia de la joven alemana, la doctora Haruno tenía otros muchos pacientes que tratar.

Marco la vio alejarse, y cuando desapareció al girar una esquina se derrumbó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared.

Genial... Siempre guiándome por mis impulsos... ¿Eres idiota o qué, Marco Inuzuka? ¡Tomar esas decisiones no está en mi mano! ¡Es una prisionera alemana! Jeròme me va a matar...

Pero Marco no era muy dado a compadecerse de sí mismo o arrepentirse de sus decisiones, así que pronto se levantó, de nuevo lleno de energía, dispuesto a llevarse a Lise a su casa. La tomó en brazos con mucho cuidado y la llevó hasta su coche, pequeño y destartalado. Era tan pequeña que apenas pesaba nada. La acomodó como pudo en el asiento de atrás. Oportunamente, allí había unas mantas viejas, que utilizó para taparla un poco. Al instante siguiente ya estaba al volante conduciendo lentamente por las calles. Normalmente iba a una velocidad mucho mayor, una rapidez temeraria, pero esta vez no quería que le ocurriera nada a su pasajera, y tampoco quería atraer la atención de la gente y que comenzasen a hacer preguntas indiscretas.

Aparcó en la puerta de su edificio y sacó a Lise para subirla en brazos hasta su casa. Marco, sin mucha modestia, se alegró de ser un tipo fuerte, porque vivía en un tercero sin ascensor. Cuando iba por el segundo una puerta se abrió. Marco gruñó.

¡No! ¡La señora Bouchê! ¡No! Esta vieja cotilla... ¿Por qué no se mete en sus propios asuntos?

-¡Señorito Seyer!-La señora Bouchê se ajustó las gafas mientras lo observaba reprobadoramente.- ¿Qué hace con una señorita en brazos?

Marco se apresuró a ocultarla como pudo, intentando que los perspicaces y chismosos ojos de la mujer no se fijasen en las heridas de la muchacha.

-¡Es usted un sinvergüenza! ¡Pervertido! ¡Desconsiderado! Si su madre supiera... ¡Pienso informarle! ¡No tiene vergüenza! ¡Llevándose una muchacha a su casa...!

Marco refunfuñó enfadado mientras subía los escalones que le quedaban para llegar a su casa, haciendo oídos sordos a los incansables gritos de su vecina. ¡Mon Dieu! ¡Esa mujer era lo peor!

Nada más abrir la puerta de su casa una bola blanca y peluda se abalanzó sobre él, haciéndole perder el equilibrio y tirándolo al suelo, Lise incluida.

-¡Bruno!-Exclamó Marco mientras el perro, ignorándolo totalmente, le lamía la cara.- ¡Gracias por el recibimiento!, pero, ¿no ves que tengo algo entre manos?

Se levantó con dificultad, apartando a Bruno, y cerró la puerta tras él. Lo que le faltaba ahora era que la del segundo se diera cuenta de que tenía un perro en el edificio. De todas las vecinas cotillas, sin duda le había tocado la peor.

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