Un hombre caminaba rápida y decididamente por el campo que los alemanes utilizaban de forma provisional como pista de despegue y aterrizaje para sus aviones. El mismo campo del que despegó el aeroplano con destino a Francia. Corriendo tras él una muchacha lo seguía como podía. Ambos vestían el uniforme alemán de las tropas de aire. La chica consiguió por fin alcanzar al joven pelirrojo y lo hizo detenerse, agarrándolo del brazo. Él se desasió bruscamente, casi golpeando por inercia a la joven. En medio de su rabia, no se percató de ello.
-¡Déjame Heidi! -él intentó seguir su camino, pero la muchacha no se lo permitió.
-Garin, tranquilízate, sé lo que quieres hacer, pero...
Garin tan sólo la apartó de su camino, sin escucharla. No tenía oídos para ella, ahora debía hablar con el alto mando. Cuando Garin se enfadaba todo lo demás pasaba a un segundo plano, la rabia lo cegaba y no le dejaba ser objetivo. Era como si en su interior se agazapara un monstruo dormido que tan sólo despertaba en contadas ocasiones, pero que cuando lo hacía su ansia de sangre no se calmaba hasta verse completamente satisfecha. La rabia le provocaba una brutal subida de adrenalina, le daba una fuerza mayor, pero también le cegaba y le impedía usar el sentido común. En multitud de ocasiones esa rabia le había provocado grandes problemas. Cuando despertaba, nada era más importante.
Heidi conocía esa parte de Garin, la había visto en un par de ocasiones, y era consciente de que cuando Garin perdía el control no pararía ante nada, pero aún así volvió a interponerse en su camino. No podía dejarle hablar con el Alto mando, no en las condiciones en las que Garin se encontraba. Sabía que lo más probable era que estallara y comenzara a gritar a sus superiores, lo que le costaría, si no la cárcel, la vida. No tendrían piedad con él, Garin ya era reincidente.
-¡Apártate!
-Garin, por favor, escúchame...-Le pidió Heidi, intentándolo de nuevo.
-¡No!- Rugió Garin, furioso. -¿Cómo se atreven? Ingrid... ¡ella no lo merecía! -Por primera vez Heidi se dio cuenta del dolor que sufría Garin. No sólo era rabia, sino también tristeza e impotencia. Y eso era algo que Heidi conocía bien.
Sin pensarlo previamente abrazó a Garin, intentando al mismo tiempo calmarlo y hacerle ver que ella estaba allí, que no estaba solo. No sabía los detalles de la misión de Ingrid, desconocía cuán peligrosa era, pero no podía ver así a Garin. 
Garin notaba los brazos de Heidi rodeándolo, intentando tranquilizarlo. Poco a poco la respiración de Garin se fue ralentizando, y la nube roja que empañaba su cerebro se disipó. Seguí enfadado, pero había logrado controlar la rabia. Al desaparecer la rabia, un nuevo sentimiento hizo acto de presencia en su corazón. La culpabilidad. 
Heidi notó como Garin se relajaba, y suspiró de alivio. Ahora tenía que ir a dar el parte de la misión, pero cuando miró a Garin a los ojos decidió no hacerlo. Había visto en ellos claramente que el joven necesitaba compañía, necesitaba desahogarse. No podía dejarlo solo. Lo soltó y con un gesto de cabeza lo invitó a acompañarla a algún sitio donde no fueran inoportunamente interrumpidos. Con gesto ausente, Garin la siguió. 
Caminaron juntos en silencio. Heidi esperando que fuera Garin el que comenzara a hablar, Garin inmerso en sus pensamientos. Pronto Heidi se dio cuenta de que él no iba a hablar, así que decidió hacerlo ella.
-Garin... ¿Por qué estás tan preocupado por Ingrid? Es verdad que la misión tiene riesgo, pero es normal, estamos en guerra. Además Ingrid sabrá cuidarse...
-No es eso. 
-¿Entonces?
Garin se sentó, sosteniéndose la cabeza con las manos.
-¡Es culpa mía que la hayan mandado a esa misión!
-¿Culpa tuya?- Se extrañó ella.- Y aunque lo fuera, ¿qué tan peligroso tiene esa misión que no tengan otras?
Garin levantó la cabeza y la miró con ojos vacíos. Su voz sonó fría cuando habló.
-Ingrid no es la primera espía que envían a ese establecimiento francés. Muchos otros espías han pasado antes, y todos han sido descubiertos. En lo que se refiere al espionaje, es el bastión más inexpugnable de todo el ejército francés. Alemania no tiene ningún espía en esa base. De un modo u otro, siempre son descubiertos.
Heidi no habló. Comenzaba a entender un poco los sentimientos de Garin. Tras unos segundos de silencio tan sólo estropeado por los apagados ruidos del aeródromo, Heidi preguntó:
-¿Por qué dices que es culpa tuya que la hayan mandado a ella?
-Lo es.
Heidi esperó a que Garin continuase hablando, pero no lo hizo. Heidi ya se daba por vencida cuando Garin habló de nuevo, con su voz del todo inexpresiva.
-Desde que éramos pequeños, a Ingrid siempre se le han dado bien los idiomas. Se podría decir que habla francés a la perfección, sin acento alemán, y domina bastante bien el inglés. Podría haber tenido un gran futuro como intérprete en el ejército, pero a ella no le interesaba la guerra. Yo, por mi parte, me dediqué a la aviación, y pronto fui el mejor piloto de mi categoría. Finalmente, mi hermano mayor, Hans... 
Heidi lo miró fijamente, interesada. Ignoraba que su compañero tuviera un hermano mayor. Después de una pausa, Garin continuó.
-Nuestra madre murió al nacer yo, y nuestro padre era un alto cargo en la política de Hitler. No nos hacía mucho caso. Hace algunos años él y yo tuvimos una pelea y como resultado me fui a vivir con mi hermano Hans, un par de años mayor que yo. Ingrid en aquella época estaba intentando estudiar en una ciudad vecina, aunque ya sabes que no es fácil para una mujer. Kinder, kirche, küche... esas tres palabras salidas de los labios del Furher le cerraron muchas puertas. -Hubo una pausa. Garin estaba absorto en sus recuerdos. Pero continuó.
- Así que me fui a vivir con Hans. Si todo hubiera quedado así, no habría surgido ningún problema. Yo hubiera seguido mi carrera militar y con toda seguridad me habría ganado el puesto del mejor piloto del ejército alemán, pero no fue así. La realidad era otra bien distinta. Cuando fui a vivir con Hans, descubrí que no vivía solo. Bajo su techo se resguardaban una familia de judíos.
Heidi contuvo el aliento mientras Garin seguía con su narración, indiferente, como si le hubiera ocurrido a otra persona.
-Hans me los presentó. Ellos me miraban como si fuera un ogro capaz de destruirlos, y tenían razón, podría haberlos denunciado y ellos habrían sido llevados a un campo de concentración. Pero no lo hice. Simplemente les estreché la mano, pálida por la falta de sol, y ellos me sonrieron. Me enteré que Hans los estaba escondiendo desde hacía meses. El padre de familia me habló de que su negocio (una librería) había sido boicoteado y destrozado por los jóvenes alemanes de las "Juventudes Hitlerianas". -Garin escupió el nombre como si se tratara de una serpiente capaz de envenenarle la boca.- Desde la noche de los cristales rotos la familia vivía con un miedo atroz a los nazis. Hans no me contó cómo los había conocido ni porqué los había acogido, pero lo comprendí perfectamente, y yo también me comprometí a guardar el secreto.
Una sombra de dolor y rabia cruzó por el semblante de Garin. La historia acababa mal.
-Pero esa situación no duró mucho. Un día llegué a casa tras la entrega de una medalla y me encontré todo vacío. Estaba tan contento, tan orgulloso... Cuán ingenuo era. No había ni rastro de Hans, ni de la familia judía. En la casa se notaban signos de lucha. Al comprender lo que había sucedido... me volví loco. Fui a la comisaría, pero no me quisieron decir nada. Los vecinos me cerraban la puerta y no respondían a mis preguntas. Finalmente, cuando ya no se me ocurría que hacer, decidí ir a ver a mi padre, él si sabría que había pasado. Pero no llegué a ninguna parte. Unos hombres que supuse miembros de la GESTAPO me detuvieron y me llevaron a una especie de sala de interrogatorios. Yo grité e intenté desasirme, pero nada pude hacer, eran demasiados. En la sala un hombre intentó hablar conmigo. Yo me negué a contestar hasta saber que había sido de mi hermano. Y ese hombre me lo explicó todo, disfrutando con cada palabra. Mi hermano había sido delatado. La GESTAPO había recibido un soplo y aparecieron en su casa para investigar, descubriendo entonces a los judíos. Inmediatamente se procedió a su detención. Hans se resistió, pero ellos no dudaron en dejarlo inconsciente a golpes. La sangre se me subió a la cabeza al oír eso, pero las ataduras que me amarraban a la silla me impidieron darle su merecido a ese saukerl. El hombre rió y dijo con un tono burlón: "me avisaron de que eras como un animal salvaje, hice bien en atarte a la silla". Comprendí entonces quien había dado el soplo a la policía secreta. Alguien lo suficientemente influyente entre las SS como para hablar con ellos y conseguir que la  GESTAPO registrara la casa de un alemán como mi hermano, de pura sangre aria. Alguien que me conocía bien. Mi padre.
Garin calló. Heidi estaba horrorizada. Desconocía la historia de Garin, nunca se la había confiado, pero ahora lo estaba haciendo. Se sentía orgullosa de ello, pero tampoco sabía muy bien qué decir o qué hacer para demostrarle que había hecho bien en contárselo. Así que hizo lo único que se le ocurrió. Le pasó los brazos por la cintura y se acurrucó junto a él, entre sus brazos. Eso pareció darle fuerzas, porque siguió con su relato.
-Pero el hombre no me había llevado hasta allí sólo para decirme eso. Quería hacer un trato. Como culpables que éramos Hans y yo, debíamos ser encerrados de por vida o ejecutados, pero yo era demasiado valioso como para deshacerse de mí así como así. Me ofrecían la libertad en lugar de la muerte si ingresaba como piloto en el ejército alemán y me sometía a su control. Me negué. No sé muy bien por qué lo hice, tal vez fuera porque me olía gato encerrado, tal vez porque de Hans no habían dicho nada... El caso es que al final dio igual. Apresaron a Ingrid, a pesar de que ella no sabía nada sobre los judíos, y la obligaron a ingresar en el ejército como espía (debido a su increíble destreza con los idiomas) a cambio de mi libertad y mi vida, y a mi me hicieron lo mismo, ingresar en el ejército a cambio de la libertad de Ingrid, con la vida de Hans como garantía para ambos. Es por eso por lo que me siento culpable, si yo no le hubiera dicho a mi padre que me iba a vivir con Hans, él nunca nos habría delatado, e Ingrid nunca se habría visto forzada a ser utilizada como espía en una guerra que no desea.
Heidi simplemente lo abrazó con fuerza, intentando expresarle mediante ese gesto todo lo que no era capaz de decirle con palabras. Garin miraba al infinito, con la mente en otro lugar. Con la cara apretada contra la áspera tela de su uniforme, Heidi pensó que Garin, el cual nunca quiso luchar en la guerra, había quedado determinado por lo que su nombre significaba. Era un guerrero.
