Damien conducía con la mirada clavada en la carretera, como si no le importara nada más, pero al mismo tiempo su cuerpo estaba tenso y alerta, preparado para hacer frente a cualquier posible enemigo. Ingrid lo observó fijamente unos segundos que se convirtieron en minutos, hasta que él finalmente se hartó y preguntó con una voz llena de arrogancia.
-¿Sucede algo para que me mires así?
Ingrid no apartó la mirada.
-No.
Damien se removió incómodo. No esperaba esa respuesta, menos aún acompañada de la calma con la que ella lo dijo. Además la muchacha seguía mirándolo. ¿Qué rayos le sucedía a esa chica? ¿Es que acaso no podía comportarse con normalidad? Primero lo de pasearse por ahí en ropa interior, sin tener al menos la decencia de cubrirse cuando él la vio, y ahora esto. Había algo en ella que no funcionaba bien. ¿Qué demonios le ocurría? ¿Por qué no se comportaba como las demás chicas, sonrojándose en su presencia o diciendo tonterías? Maldita fuera. Si la misión por sí sola entrañaba una gran dificultad para él, tener que soportar a una fémina de esas características no ayudaba a simplificarla. Es más, nunca había tenido tratos con mujeres, nunca había vivido con una en la misma casa. Bueno, no más de una noche, y ahora tendría que soportar a esa mujer durante meses. Todavía no había comenzado y ya le resultaba inaguantable.
Al entrar en la carretera de asfalto el coche dio un brusco bandazo, haciendo que ambos saltaran en sus asientos. Ya era totalmente de día, y el sol brillaba pálido entre las nubes. Ingrid se caía de sueño, estaba agotada. Ansiaba preguntarle a Damien cuánto quedaba para llegar a su destino, que sólo Dios y Damien sabían cual era, pero le pensó que si lo hacía parecería una nena chica, así que desistió de preguntar y decidió esperar.
Ingrid despertó al notar que el coche aminoraba la velocidad. Se acercaban a un control fronterizo. Dos hombres con sus armas reglamentarias apoyadas al hombro paseaban indolentemente alrededor de la carretera, parando tan sólo algunos coches. Estaba claro que no tenían muchas ganas de trabajar. Ingrid comenzó a estirarse, pero Damien le dirigió una mirada de advertencia, por lo que se quedó quieta.
-Haz como si todavía estuvieras dormida, será más fácil para mí.
Ingrid le hizo caso y se acurrucó un poco más sobre el asiento, dejando oculta su cara y escondiendo sus manos, en las que se podían ver las rozaduras que se había hecho en su odisea de la noche anterior. Entonces, con un gesto que la dejó totalmente sorprendida, Damien colocó su chaqueta por encima de los hombros, arropándola.
El coche avanzó lentamente, tras la cola. Uno de los soldados le hizo una seña, por lo que Damien se detuvo completamente. El soldado, cuya cara estaba sin afeitar y la camisa sobresalía por encima de los pantalones, se acercó lentamente a ellos, mientras mascaba un poco de tabaco.
-Bien, bien, esto es pura rutina, quienes sois, qué hacéis aquí, etc, etc. -Comentó en tono cansino.
Damien lo observó durante un momento, apuntando mentalmente todos los castigos que recibiría ese soldado si estuviera bajo su mando.
-Soy Damien Marchant, y ella es mi esposa, Ingrid Marchant.
Ingrid puso los ojos en blanco, imaginándose por un momento casada con Damien. Incluso pensarlo se le antojaba imposible. ¡Ni en sus peores pesadillas!
-Bonita joven. Lo siento, pero he de pedirles que se bajen del coche, he de registrarles a ustedes y al coche, es el procedimiento habitual.
Damien le dirigió una mirada fría, que habría dejado congelado en el sitio a cualquiera. El soldado tragó saliva ruidosamente, intimidado.
-Antes de acceder a ello me gustaría comprobar si ése es realmente el procedimiento habitual. Tal vez debería hablar con su jefe, y así podríamos aclarar algunos puntos, como el lamentable estado en el que se encuentra su arma, su evidente falta de higiene personal y decoro, y más aún el hecho de que esté mascando tabaco, producto que si no me equivoco hoy en día no se puede conseguir por otro medio que no sea el contrabando... ¿Me bajo del coche?
El soldado miró nerviosamente a su alrededor, como si esperara ver a la encarnación de la justicia dirigiéndose amenazadora hacia él, acusándole de todos esos crímenes.
-No es necesario... Es evidente que ustedes no son alemanes... Pueden irse.
Sin dignarse a mirarlo, Damien puso en marcha el vehículo, que avanzó suavemente por la carretera. A una distancia prudencial del control Ingrid se incorporó y comenzó a reírse a carcajadas. Le había costado bastante fingirse dormida mientras Damien hablaba con el controlador, y ahora no podía evitar reírse. Damien la miró sorprendido, y esa expresión en su cara hizo que la risa de Ingrid aumentara. Su risa era dulce y fresca, como el zumo de naranja, ahora imposible de conseguir debido a la guerra. A pesar de que Damien no solía hacerlo, sonrió. Ingrid dejó un segundo de reírse, incrédula.
-¡Has sonreído! Y yo que lo consideraba imposible...
Inmediatamente Damien borró la sonrisa de sus labios y dirigió su mirada de nuevo a la carretera, con el ceño fruncido, mientras ella se reía suavemente a su lado.
Al cabo de poco tiempo Ingrid volvió a quedar dormida, y no se despertó hasta que notó a Damien sacudiéndola con delicadeza. Ingrid se frotó los ojos, cansada. Dormir en un coche no era la mejor opción para descansar cómodamente, pero Damien no era un ameno compañero de viaje, así que no le quedaba otra.
-Despierta, hemos llegado. -Le dijo con una brusquedad que contrastaba con la suavidad con la que le había despertado.
Era ya bastante entrada la tarde, Damien había estado conduciendo durante casi todo el día para alejarse lo suficiente del supuesto lugar de aterrizaje del avión.
Ingrid y Damien entraron en un destartalado edificio, ahora sucio y polvoriento, pero se notaba que había pasado tiempos mejores. Por debajo de la suciedad se descubría que la fachada que había sido anaranjada, ahora era gris, lo que le daba un aspecto un tanto lúgubre. Subieron por las oscuras escaleras hasta el quinto piso, donde Damien sacó unas llaves de su bolsillo y abrió una puerta sobre la que brillaba quedamente una letra A. Ingrid entró observándolo todo con fijeza. Damien supuso que empezaría a quejarse y a lloriquear, pero cuando se dio la vuelta sólo le dijo:
-¿Dónde duermo yo?
-Ahí... en esa habitación.
-Genial. Prepara la comida mientras yo me doy una ducha.-y dicho esto entró en el baño.
Damien se quedó unos segundos mirando la puerta del baño, con el semblante inexpresivo. Luego se encogió de hombros y se dirigió a la cocina, donde comenzó a cocinar una omelette.
El agua tardó en salir, y cuando lo hizo estaba helada y llena de óxido, pero eso no la preocupo en exceso, estaba acostumbrada. En Alemania la guerra también había causado estragos. Apenas recordaba ya aquellos tiempo en que la guerra era algo improbable, por no decir imposible. En aquellos días el Furher prometía una Alemania fuerte y poderosa, una Alemania libre del yugo de la Sociedad de Naciones, una Alemania sin deudas... Y todos le habían creído, confiados en su promesa de que todo iría bien. Pero nada es como te hacen creer.
Cuando terminó, salió de la ducha y se secó con una toalla bastante vieja. En aquel piso no había nada nuevo o comprado hacía poco tiempo, lo que le llevaba a preguntarse de dónde habría sacado Damien la casa. Por lo que lo conocía podía perfectamente echado a sus antiguos ocupantes, dejándolos tirados en la calle. Tendría que preguntárselo, y también debían hablar largo y tendido sobre la misión.
Se acercó a la cocina, siguiendo un suculento olor a comida recién hecha.
-Ummmm... huele bien. ¿Qué es?
-Es tortilla con queso.
Ingrid se sentó y comenzó a comer mientras él hacía lo propio. El silencio reinaba a sus anchas entre ellos. A Damien no parecía importarle, pero Ingrid decidió cortarlo.
-¿Cómo has conseguido esta casa? ¿No habrás desahuciado a los antiguos propietarios, no?- Comentó, medio en broma medio en serio, como solía hacer.
-No, es mía.
-Ah...-Ingrid recordó entonces el encuentro con los soldados.- ¿Cómo es que hablas tan bien el francés?-Preguntó sin verdadera curiosidad.
Después de todo, ella también lo hablaba perfectamente. Suponía que la respuesta de Damien sería la esperada, algo así como: "lo aprendí en la escuela" o "mi madre me enseñó..." Pero esta vez se equivocaba.
-Hablo a la perfección el francés porque soy francés.
Ingrid se quedó con la boca abierta. Damien, ¿francés? Algo no cuadraba. Si era francés, ¿por qué estaba luchando en el bando alemán? Por un segundo se le pasó por la cabeza que era una trampa, pero pronto la rechazó. Ningún jefe de alto mando alemán contrataría un espía sin estudiar primero sus antecedentes e investigarlo completamente, así que lo más probable era que el alto mando conociera la nacionalidad del Marchant. ¿Entonces? ¿Por qué se había cambiado de bando? Traicionando a su país... Eso era algo que a Ingrid le parecía totalmente increíble. ¿Por qué lo habría hecho? ¿Por dinero? ¿Por ansias de poder? No formuló estas preguntas, pero éstas se reflejaron claramente en su cara, junto con una expresión de suma reprobación. Damien estalló.
-Tú no tienes derecho a decirme nada, no me conoces, no eres quién para decirme si hice mal o hice bien, así que ¡guárdate esas expresiones para quien quiera verlas!
-Pero... -Intentó hablar Ingrid, sorprendida por el súbito arrebato del joven.
-Además, tú eres precisamente la menos indicada para hablarme de "amor a la patria". -comentó, esta vez con su tono calmado y frío habitual en él.
-¿Qué?
-Eché un vistazo a tu expediente ¿sabes? Me pareció sumamente interesante. -Ingrid apretó los puños con fuerza. ¿Pero qué se creía ese niñato? - Una familia muy simpática la tuya... dale recuerdos a tu hermano de mi parte.
El puño de Ingrid se estrelló contra la pálida cara de Damien, borrándole la sonrisa pretenciosa de sus labios.
-¡Saukerl! ¡No te atrevas a mencionar a ninguno de mis hermanos! No mereces ni pronunciar sus nombres... Si no fuera por la misión ahora mismo te haría retirar esas palabras a puñetazos.
Dicho esto entró en el dormitorio y cerró la puerta tras ella.
